domingo, 7 de junio de 2020

LA HECATOMBE DE ANCASH

MEMORIAS DEL TERREMOTO DE 1970: ASÍ
SUCEDIÓ EN LA CIUDAD DE CHIQUIÁN

Fuente:"La Hecatombe  de Ancash"- Asociación de Escritores de Ancash.



Hipólito G. Yánac Rivera[1]

Eran la 3.23 p.m. del día domingo 31 de mayo de 1970, me encontraba en la ciudad de Chiquián, provincia de Bolognesi, departamento de Ancash; asistíamos a un almuerzo campestre (pachamanca) con ocasión de la despedida del Dr. Garro, con motivo de pasar al retiro de su vida profesional como Fiscal de la provincia de Bolognesi.

El Dr. Garro, había tomado la palabra para agradecer el ágape que le habían ofrecido, momentos en que percibimos un ruido estruendoso que se notó de este a oeste, es decir, de la dirección de los nevados de Yerupajá, Jirishanca, el Carnicero, hacia el paraje de “Parientana”, lugar donde nos encontrábamos, acompañado de una ondulación de los cerros y un movimiento del suelo sumamente fuerte.

Al recordar esos momentos, viene a mi memoria como los perros aullaban, las reses que se encontraban en los alfalfares balaban y de terror se pasaban de un potero a otro tratando de huir; como los cerros se abrían y de los que salían gases como volcanes, las raíces de los eucaliptos y otros árboles se salían y se volvían a introducir al suelo, las tejas del techo de las casas saltaban como cuetecillos, y, en segundos algunas casas se derrumbaron desde el cimiento, los postes del alumbrado público se caían como una telaraña tendidas en las calles; la gente gritaba descontroladamente, se escuchaban gemidos de dolor y llantos sin doquier, no nos podíamos mantenernos parados en el suelo, era como si estuviéramos en una hamaca; la escena era interminable de horror; y, en segundos toda la población y los cerros se cubrieron de un polvo oscuro.

Luego pasado el terremoto, de un salto estuve en la puerta de la casa donde se encontraba mi hijo de cinco meses de nacido, momentos que su madre salía cargado el niño totalmente empolvada, instantes en que nuevamente se sintió la réplica del terremoto, entrando nosotros en pánico. De igual manera, las personas se reunían en grupos, en la Plaza de Armas, los patios grandes o espacios libres tratando de protegerse.

Lo peor de todo, es que la tierra no dejaba de temblar, cada cinco a diez minutos se sentía temblores de menor y mayor intensidad como réplica del terremoto; así nos llegó la noche, no había tiempo ni para preparar nuestros alimentos. La noche fue tan lóbrega que no había energía eléctrica, más el polvo que cubría la ciudad convertía en una noche tétrica e infernal, que nos hacía predecir que era el fin del mundo. Esa noche los temblores se sucedían, que no nos permitió conciliar con el sueño; todos permanecíamos de pie orando e implorando a Dios nos proteja.

El amanecer el 1º de junio de 1970, fue una mañana de tristeza, de dolor, ya que al escuchar la información en las radios, nos enteramos que el epicentro había sido en la ciudad de Huaráz, y que mucha gente habían fallecido aplastados por las viviendas derruidas por el terremoto, como también mucha gente desaparecida. La noticia radial, que más nos hundió en el dolor, fue el aluvión de Yungay, que había sido ocasionado por el desprendimiento de un sector del nevado del Huascarán, habiendo caído en la laguna de Llanganuco, con la consecuente avalancha generando el aluvión que arrasó el bello pueblo de Yungay y gran parte del Callejón de Huaylas. Hecho que me condolió en mi alma, ya que, tuve la suerte de haber conocido la bella Yungay en el año de 1961, al realizar una excursión como alumno del Instituto Nacional Agropecuario Nº 035 de Caraz – Huaylas; habiendo tenido la oportunidad de haber compartido gratos momentos con los estudiantes de esa época del Colegio Nacional de Santa Inés de Yungay; quienes en aquella fecha nos hicieron un gran recibimiento. El mismo que, también me impacto, ya que, mi hermano residía en la ciudad de Caraz, desempeñándose como profesor del Instituto Nacional Industrial Nº 040 de Caraz, desconociendo su real situación.

Preocupado, el primero de junio, al no tener noticias de mis padres que residían en la ciudad de Cajatambo; y en vista que la carretera Chiquián – Pativilca se encontraba bloqueada a consecuencias del terremoto, tomé la decisión viajar a la tierra que me vio nacer ¡Cajatambo!, utilizando el camino del “Qhap Ñan”. Saliendo de Chiquián al medio día, acompañado de otro cajatambino Víctor Arias Rivera, dirigiéndonos por los parajes de Chaclapata, Matara, el pueblo de Cuspón, habiendo acampado en el pueblo de Llaclla, porque era imposible seguir nuestro camino, puesto que el terremoto había afectado toda la zona. Gracias, a los buenos oficios del señor Rómulo Solís Alvarado, quien era telegrafista en ese pueblo se pudo comunicar con el telegrafista de Cajatambo, dándonos la noticia que nuestros padres se encontraban sin novedad, haciéndoles conocer que estábamos en camino hacia Cajatambo.

El día siguiente de mañana emprendimos nuestro viaje con dirección a la ciudad de Cajatambo, gracias a las indicaciones de los pobladores pudimos orientarnos el camino a seguir, prosiguiendo luego nuestro viaje; es así que, nos percatamos que el polvo acumulado en el suelo a consecuencia del terremoto, era de una altura más o menos de 30 centímetros de altura, que al pisar el suelo nuestros pies se hundían hasta la pantorrilla, pudiendo observar las huellas de las serpientes que se habían entrecruzados, cuyas huellas eran de diferentes grosores como las huellas de una llanta de automóvil, de una bicicleta , lo que nos llenó de terror, pensando que se trataba de serpientes súper gigantes y que podrían atacarnos; así empezamos a subir el cerro “Condorsengan”, término quechua que quiere decir “nariz del cóndor”, ya que, el camino que conduce del pueblo de Llaclla hacia el pueblo de Gorgorillo, se sube por el filo del cerro totalmente escabroso con unos desfiladeros a la profundidad del “río negro”, río que nace de las alturas del pueblo de Aquia, que en sus inicios se llama río “Aynín” en el sector de Chiquián, que al pasar por debajo del pueblo de Pacllón, provoca la erosión de tierra negra cambiando el color del río, por lo que, le llaman “río negro”, que al final se convierte como afluente del río Pativilca en el lugar denominado “Cañón”, en la jurisdicción de la provincia de Cajatambo.

En nuestro trayecto por el camino de “Condorsenga” al pueblo de Gorgorillo, pudimos observar tremendas grietas ocasionados por el terremoto, grietas profundas que al fondo se notaba una oscuridad tenebrosa; así, lleno de pánico pudimos llegar al pueblo de Gorgorillo, donde encontramos un pueblo en ruinas por la destrucción de sus viviendas. Los pobladores se asombraron al vernos llegar entre temblores y derrumbes de los cerros, preguntándonos a dónde nos dirigíamos, y que al responderlos que íbamos a Cajatambo, nos dieron su aliento, augurándonos un feliz viaje.

Luego continuamos nuestro viaje llegando al pueblo de Mangas, donde encontramos a la gente reunida en la Plaza de Armas, percatándonos que el pueblo estaba en ruinas por la destrucción de sus viviendas ocasionado por el terremoto. Allí cuando conversábamos con la gente nos sorprendió un nuevo temblor, el suelo seguía temblando. Los pobladores sorprendidos al vernos caminar en esas condiciones, mostrando su solidaridad unos pobladores nos invitaron un plato de chicharrones que habían preparado; agradeciendo la gentileza de los pobladores seguimos nuestro camino llegando a la punta del cerro “Lamog”, punto divisorio o límite entre la provincia de Bolognesi y la provincia de Cajatambo.

De allí, pudimos divisar que todo el valle se encontraba cubierto de polvo oscuro como si fuera nubes, apreciándose un panorama tétrico. Tomando fuerzas, tratamos de bajar con dirección al pueblo de Copa siguiendo el camino del “Qhap Ñan”, que después de una larga camina-ta pudimos llegar al pueblo de Copa, encontrando a la gente reunidos en la Plaza de Armas, dentro de una desolación por la destrucción de sus viviendas; lugar dónde pudimos descansar un buen rato, a fin de reanimarnos para cruzar un trecho sumamente peligroso, ya que, al divisar la parte posterior del cerro “Shanock”, veíamos que de lo alto del cerro se producían derrumbes, los cuales nos atemorizaba cruzar el camino hasta el lugar denominado “Mamapunku”. Bajamos hasta el río “Rapay” conformado por los ríos: “Isco” y “Huayllapa”, otro de los ríos afluentes del río Pativilca. Antes de cruzar el río “Rapay” hicimos un compromiso de arriesgar nuestras vidas, para lo cual, dicho trecho teníamos que cruzar corriendo a toda velocidad sin descansar hasta “Mamapunku”; así fue, tomamos ánimo y pudimos vencer la dificultad esquivando las piedras que caían del cerro, al final llegamos al punto determinado, allí descansamos, alimentándonos de nuestra proeza que nos dio fuerzas para proseguir nuestro camino, pero, el tiempo trascurría, eran las cinco de la tarde, pero, ya estábamos en tierra cajatambina.

Con la ilusión de ver a nuestros padres sanos y salvos, retomamos nuestros viajes siguiendo el camino inca del “Qhap Ñan”, cuyo camino estaba lleno de rocas que se habían desprendido de los cerros, proseguimos caminando por los parajes que había recorrido en ni niñez cuando frecuentaba los terrenos de mi padre ubicado en el paraje de “Chashapampa”, como “Maray”, “Urpaycocha”, “Papagarán”, “Tambomarka”, llegando a “Tizapampa”. Ya estábamos a dos kilómetros de Cajatambo, la noche era lóbrega, caminábamos alumbrado con una linterna de mano, el que al relampaguear sus luces anunciaba nuestra llegada; habiendo sido visto por nuestros padres; quienes del mismo modo, nos hacían señas con sus linternas de mano, haciéndonos saber que nos esperaban ubicados en la entrada de de la ciudad de Cajatambo. Al final llego el encuentro esperado con abrazos y lágrimas de alegría, luego dirigiéndonos a nuestros hogares.

Así, concluimos nuestra hazaña ocasionado por el terremoto. Al día siguiente pude enterarme que la ciudad de Cajatambo se encontraba aislada por la interrupción de la carretera Cajatambo – Pativilca, con la consecuente desgracia de haberse deslizado un cerro en el lugar denominado “Tumac”, formándose una gran laguna por el represamiento del río Rapay; constituyéndose otra odisea para el retorno de Cajatambo a Chiquián.







[1] -Natural de Cajatambo, docente formado en la Escuela Normal de Chiquián. Dedicado a escribir y resaltar las bondades turísticas de Cajatambo. Prepara un libro.

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