MIS POEMAS
RECUERDOS DE UN AMANECER CAJATAMBINO
(Autor: Hipolito G. Yánac Rivera)
Al hojear las páginas de mis recuerdos encuentro en
mi pensamiento, lo maravilloso que era un amanecer cajatambino, un
acontecimiento matizado de fenómenos naturales, como el destellar de la aurora,
el cantar bullicioso de los pájaros como alabanzas al Divino Hacedor, el bramar
de los animales como agradeciendo la bondades de la naturaleza, el aroma de las
flores del campo, los rayos fulgurantes del sol y las actividades matutinas del
poblador cajatambino.
El mes de mayo era el mes más florido, para
Cajatambo el mes primaveral, donde todos los campos estaban cubiertos de
verdor, flores, aromas; era un amanecer que representaba la creación divina de
la naturaleza.
Al relampaguear (fulgurar) del crepúsculo (alba,
aurora) se podía contemplar un amanecer
cajatambino acompañado del trinar de los “pichuychancas” (gorriones) como el
cantar melodioso de los “cuculíes”, así como el silbido
elegante del “ruiseñor” (Picuruy) que parecían elevar sus plegarias
(adoraciones) al divino Hacedor.
El amanecer cajatambino del mes de mayo, era un
acontecimiento indescriptible porque se matizaban entre el alba, la frescura de
la mañana con el aroma de las flores de la papa penetrante hasta el fondo del
corazón; el aroma de las flores de las habas que al percibirlos era como si
inundaran lo más hondo de nuestro ser. El aroma de las flores del rábano,
flores que cubrían como un manto amarillento todos los parajes (campos)
cajatambinos.
Conforme pasaban los minutos se empezaba a escuchar
el aleteo y el quiquiriquí de los gallos anunciando el amanecer de un nuevo
día; siendo muy divertido escucharlos, ya que, unos cantaban por “Gayán”,
otros por “Hualpahuayi”, “Cruzpata”, “Muñapampa” o en “Astobamba”,
pero, entre ellos parecían responderse unos a otros con tonos diferentes, dando
la sensación de alegría, melancolía, dando un tono característico al amanecer
cajatambino.
El frío de la mañana era muy intenso porque se
acentuaba con las heladas de la temporada, por lo que, para mitigar el frío se
tenían que abrigar los varones con su poncho, chalina y sombrero; y las damas
se protegían con sus mantas multicolores tejidas con lana de oveja o su pañolón
y su sombrero de paja hormado con azufre adornado con su cinta negra.
Conforme iba aclarando el día los hermanos
cajatambinos empezaban con sus actividades agrícolas, unos se dirigían a las
tomas de los canales de riego para encausar las aguas a sus terrenos de cultivo
para regar sus alfalfares, o cementeras de trigales, habas o maizales: otros se
disponían a ordeñar leche a sus vacas, niños que iban arriando sus asnos, sus
chanchos para dejarlos en el campo; era un accionar de todas las familias.
Ya aclarado el día, en el cielo cajatambino en su
firmamento azulado y límpido se
apreciaba la aparición de los rayos fulgurantes del sol por el lado este en las
cumbres de “Huaylashtoclanca”, por el oeste sus rayos luminosos que
brillaban en los cerros de Poquián, Copa, por el lado sur en
el cerro “Cuntuyojh” y la planicie de “Paricayán” y por el
norte iluminando la cima del majestuoso guardián del cerro “San Cristóbal”.
Al mismo tiempo con el fulgor del sol naciente se
podía notar como se levantaban las humaredas de las cocinas de las casas del
pueblo cajatambino y Astobambino, señal que indicaba que las mamás empezaban a
encender sus fogones de leña para preparar el desayuno que era muy variado.
Algunos preparaban en base a leche que acababan de ordeñar, otros preparaban el
suculento “Chupe verde” (Ayaj chupi) con su cancha de maíz amarillo o
rojo; así como también su mate de “cedrón”, “Yerbaluisa” o “pimpinela”
acompañado con su “Cuhuay” (papa asada en el fogón) o papa sancochada con su
queso o con su cancha y su queso. Algunos degustaban con su “bollo”
o “Cemita”
elaborado por ellos mismos en los hornos de doña Adolfina, de doña Eugenia
o de don Zenón Ticerán.
En algunas casas se percibía el olor del popular “calentado
cajatambino”, lo que nos hacía suponer que empezaban a celebrar el
cumpleaños de algún miembro de la familia y seguidamente se percibía el olor
característico del “Ponche de chicha de jora”.
Mientras todo esto sucedía, los rayos solares
bajaba por “Ocopata” minuto a minuto constituyendo el reloj natural que marcaba
la hora para ir a la escuela. Cuando los rayos solares llegaba a la población
de “Astobamba”,
indicaba que estaba marcando las 7.30
a .m. momentos en que se escuchaba el primer campanazo
que era la “Primera”; y cuando inundaba los rayos solares toda la
población de Cajatambo marcaba las 8.00 a .m., momentos en que se escuchaba el
segundo campanazo al que llamábamos la “Segunda”, indicando la formación
para empezar las clases en las Escuelas Prevocacionales Nº 371 de Varones y Nº
372 de Mujeres. Así, pasamos los maravillosos años de nuestra infancia y
adolescencia en nuestro querido Cajatambo, ¡Recuerdos inolvidables!
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