(Autor:
Profesor Hipólito G. Yánac Rivera)
En el camino que
conduce a las zonas andinas, a afueras de un pueblo, al pie de un peñasco,
existía una piedra grande de forma rectangular parecido a un ataúd de muerto,
en donde se podía notar una mancha roja, que tenía la apariencia de la figura
de una persona con cuernos, orejas largas y patas de cabra, al que le atribuían
que era la figura del diablo y por tanto, era considerado como morada (refugio,
mansión) del diablo.
El caso era que, en
ese lugar se producían ciertos encantamientos a los caminantes que transitaban
por aquel camino, aprovechando la soledad del lugar o en horas de la noche. El
encanto consistía en que, al caminante mujeriego, enamorador se le aparecía una
mujer hermosa de cabellos rubios, quien trataba de seducirle con caricias y
besos apasionados (ardientes, ardorosos, vehementes), despertando en el
caminante su amor por la bella dama. Éste, cegado (alucinado, deslumbrado) por
su instinto enamorador y mujeriego llegaba a ilusionarse y pretender como
amante de la hermosa mujer.
Por su parte, la
bella dama le ofrecía al caminante un tesoro escondido en el que contenía mucho
oro; pero, para entregarle tenía que acompañarle a un lugar cerca del camino,
momento en que, se abría un camino con hermosas rosas blancas, pero que, con
engaños los lleva a las personas encantadas sin que se diera cuenta a un
precipicio inaccesible para entrar y salir de ella. Pero, el caminante luego de
quedar alucinado, al volver en sí, y, al verse en un precipicio llegaba a
trastornarse de desesperación y susto o de lo contrario aparecía muerto.
En otras ocasiones,
en el mismo lugar donde se encuentra la piedra del diablo, a las personas que
eran encantadas se les abría una puerta que le conducía a un lugar desconocido
y muy hermoso. La persona encantada ilusionado y llevado por su codicia y
ambición entraba sin medir las consecuencias que pudiera sucederle, es así que,
cuando se daba cuenta la puerta se cerraba
desapareciendo la persona para siempre.
También en ese mismo
lugar si la persona pasaba en horas de la noche o de madrugada, el camino real
se le desaparecía y al tratar de proseguir con su viaje se le habría un camino
que le conducía a otro lugar desconocido muy florido, entrando en aprietos la
persona encantada; pero, al percatarse y volver en sí la persona aparecía en un precipicio inaccesible. O en otras
ocasiones, aparecían muertas con rasgos de haber sido succionado toda su
sangre, encontrándose unos pequeños agujeros alrededor del cuello.
En otros casos, al
pasar por el lugar de la “piedra del diablo”, al producirse el encantamiento,
el camino se cubría de rosas blancas deteniendo al caminante y quien al
tocarlos se daba cuenta que eran espinas y no rosas, por lo que, algunas
personas débiles de carácter quedaban trastornadas arrojando espuma por la
boca.
En la misma senda o
trayecto de ese mismo camino, más o menos a unos 100 metros de distancia
de la “piedra del diablo”, existía un manantial de agua, cuyas aguas eran de
sabor muy deliciosas, provocando al caminante a mitigar su sed. El caminante
generalmente tenía que agacharse y tomar a sorbos el agua; pero, al levantarse
se encontraba con la sorpresa que, todo su alrededor y el camino se encontraba
cubierto de hermosas rosas blancas que, al tocarlas todas eran espinas; viendo
interrumpido de esta manera su viaje y trastornándose por fuerzas diabólicas.
FIN
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